A LA HORA DEL ADIOS
Pese a la dura batalla ofrecida, Miguel se ha ido con la sencillez de los Grandes, sin tiempo para decirle adiós a los compañeros. Y ahora me toca a mí escribir estas palabras con el vano intento de despedirme y llevarles consuelo a los que sufrimos su ausencia, en nombre de la CORED. ¿Y cómo hablar de ti, Miguel, sin descender al terreno personal?
Nos conocimos en aquél lejano 1959, cuando, a penas con 14 años, recién cumplidos, ingresamos en nuestro querido Preseminario de Mikomeseng, para ser formados por un hombre excepcional, el Rvdo. Padre Alberto María Ndong. Tú venias de tu Evinayong natal, presumiendo de pertenecer a la tribu yenfem; mientras yo llegaba de mi Añisok, ufano de ser esandón. ¡Cuántas veces, Miguel, tuvimos que dormir juntos, en la misma cama, cuando la penuria asediaba el colegio! Y es aquí, en Mikomeseng, donde empezamos a curtirnos: cavando hoyos en la Albertina”, aprendimos a plantar cafetales. Acompañando al Padre Alberto, como monaguillos, a llevar el viático a los enfermos terminales, en la Leprosería, conocimos que los seres humanos podían tener lengua bífida, viendo aquellas membranas que tenían por lengua aquellos enfermos a los que la lepra ya había causado estragos en su anatomía. ¡Cómo nos impresionaba todo aquello, con solo 14 años!
De aquí nos enviaron a Banapá, al seminario de Nuestra Señora del Pilar, para iniciar nuestros estudios sacerdotales, con el bachillerato eclesiástico, que llamaban “Latín y Humanidades”. Fue en Banapá donde nuestros caminos se separaron: Yo dejé el seminario, mientras tú continuaste hasta estudiar la Teología.
Pero, como los ríos que van a la mar, nos volvimos a encontrar en el océano de la vida. Cuando, en los albores de su independencia, nuestro Pueblo cayó en manos de facinerosos, disfrazados de políticos, que sumieron a nuestro país en el oscuro túnel de la Historia, al mismo tiempo que condenaban a nuestra generación al eterno exilio.
Estimado Miguel, como siempre, a la hora del adiós, la pena no es de quien descansa, sino de los que nos quedamos aquí con el vano intento de cubrir la ausencia de un hombre, como es tu caso, absolutamente irrepetible. Nos dejas un legado a tus compañeros de la CORED, que no sé si sabremos estar a la altura de asumirlo. Pero te aseguro que redoblaremos los esfuerzos para continuar tu lucha, a fin de alcanzar tu sueño: ver una Guinea Ecuatorial, viviendo en democracia.
A tus hijos, astillas de buena madera, los acompañaremos en la vida.
Y a esta gran dama, gran guineana, que tienes por compañera, solo me atrevo, en nombre de tus compañeros de la CORED, a besarle los pies.
Un hombre bueno, nos ha dejado para continuar la lucha en otra dimensión. Seguro que su apoyo, desde allá, lo notaremos enseguida.
Miguel, un fuerte abrazo de tus compañeros de la CORED.
Por la CORED,
Francisco Ela Abeme
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